jueves, 24 de abril de 2008

Entrevista a André Glucksmann

“No es a Sarkozy a quien admiro, es al elector capaz de votar a alguien que no sea de origen francés”

André Glucksmann, filósofo, intelectual, provocador. El último sobresalto lo provocó al anunciar su voto por Sarkozy tras ser un adolescente comunista, promover la desmarxización de la intelectualidad francesa y anunciar que el Mayo del 68 había muerto. Acaba de publicar el relato autobiográfico “Una rabieta infantil”, donde explica su trayectoria



"Tienes que votar al candidato que es más de izquierdas ¡aunque él lo ignore! Quiero que cada ciudadano decida qué es la izquierda, no los aparatos"
Aparece con aspecto sombrío aunque la “politesse” le sube desde los tejanos hasta el pelo Warhol (“antes tenía mucho más, pero al menos es mío”). Sigue jugando a desconcertar. Su biografía, “Una rabieta infantil” (Taurus), da algunas claves. Bautizado Edgar André en honor de un comunista que los nazis decapitaron, de los tres a los siete años tiene dos primeros apellidos “Rivière y Glucksmann” Y dos identidades. Vivir en la Francia ocupada exige esas cosas. La adaptación será una constante en su vida: ocupación, liberación, revolución, disidencia.

De familia emigrada, austriaca, judía y resistente, consigue zafarse gracias a la valentía de su madre, que evita que él y sus dos hermanos, a punto de subir a un “tren de la muerte”, acaben siendo víctimas del exterminio nazi. Cuando André cumple diez años, ella le deja escoger: “¿Quieres venir conmigo a Viena o quedarte en Francia?”. Escoge Francia. “Lo que a muchos les puede parecer una atrocidad de pregunta, a mí me resulta un acto de amor, el respeto total a mi libertad, y lo recuerdo con ternura”. A ella le dedica Glucksmann (“hombre fortuna” en alemán) su libro.

El apóstol del Mayo del 68 se ha pasado la vida tirando naipes. Se hizo comunista a los 13 años, se convirtió al marxismo para luego protagonizar la desmarxización de la inteligencia francesa (“ciertos odios rancios todavía dan fe de ellos”), practicó el anticomunismo primario (“aunque nunca conocí la angustia de traicionar a la clase obrera”) y, a pesar de todo, sigue diciendo que se siente de izquierdas. Tras gritar que el Mayo del 68 ha muerto, para muchos de sus huérfanos la última “boutade” de Glucksmann ha sido dar su voto a Sarkozy.

¿Qué dará Sarkozy a Francia?

Pues no lo sé. Yo siempre he sentido desconfianza de los políticos. Pero lo que nos ha propuesto puede ser interesante. ¿Que cumplir á sus promesas? Evidentemente, protestaré si no las cumple. Ni a Mitterrand ni a Chirac los derechos humanos les importaban para nada. Trabajaban con déspotas en África, en Asia, en Europa. Sarkozy dice que debemos enarbolar la bandera de los derechos humanos. Somos el único país del mundo que en campaña electoral ha hablado de las masacres más terribles, Chechenia, Darfur. Después de los intelectuales, Sarkozy ha sido el primer político que lo ha planteado.

Entonces habrá que darle los cien días de confianza…

Incluso desconfío de los cien días. Los cien días de Napoleón acabaron en Waterloo.

¿Le duele que algunos de sus amigos (o ex amigos, no sé) como Henry-Levy, estén en desacuerdo con su apoyo a Sarkozy?

¡Gracias a Dios! ¡No al monolitismo! Pero los dos estamos de acuerdo con lo de Chechenia y Darfur. Pensamos que la lucha contra los totalitarismos está por encima de izquierdas y derechas. Sartre y Aron se reconcilian después de 25 años de injurias al luchar por los derechos humanos; el muro de Berlín, en las mentes, cayó en París 15 años antes de que cayera materialmente. Pero ni Henry-Levy me dice que yo soy un perro ni yo a él. Era Sastre quien decía que un anticomunista era un perro.

¿Es crimen el silencio?

A un escritor austriaco le preguntaron: “¿Cree que todos los alemanes eran nazis?“ Él respondió: “No. Sin embargo, todos los europeos, en conjunto, han sido culpables del crimen de la indiferencia. El “crimen de la indiferencia” lo encuentro en todas partes. Ha habido tres genocidios en el siglo XX y hemos dejado que se produjesen.

Dos “cegueras mundiales”: quienes creen que el mundo marcha bien y quienes creen que ya no tiene solución. ¿Cuál es peor?

El optimista es el que se creyó que con la caída del muro de Berlín se acababan las grandes batallas. Voltaire te dice primero “vivimos en el mejor de los mundos posibles”, y después “el mundo va mal”. Es maniqueo. Y el pesimista es el que cree que la desaparición de la capa de ozono es nuestro destino trágico. No digo que no haga faltar luchar para salvar los árboles, pero los ecologistas catastrofistas deben darse cuenta de que en la naturaleza también hay .humanos. y que son masacrados.

Supongamos que yo he creído siempre que soy de izquierdas, supongamos que no quiero renunciar a sus principios generales, pero tampoco caer en su sectarismo… ¿Hacia dónde voy?

Venga conmigo.

¿Y dónde está usted?

Tienes que votar al candidato que es más de izquierdas ¡aunque él lo ignore! ¿Qué es la izquierda? Quiero que cada ciudadano decida lo que es la izquierda. Pero no los aparatos. Que ser hombre o mujer de izquierdas sólo consista en votar por una lista me parece una locura, desde hace mucho tiempo. ya iba al instituto.

En Francia había dos grandes partidos de izquierdas.

Por lo tanto yo pensaba ingenuamente que ser de izquierdas era estar de acuerdo con cualquiera de ellos. Pero había un problema. El socialista mandaba a 500.000 soldados franceses a Argelia, y el comunista aprobaba los tanques en Budapest que disparaban contra los pobres civiles. Entonces pensé: ¿son ellos los que tienen que decidir lo que es la izquierda? Yo era anticolonialista. Alguien dice hoy que el modelo francés no funciona y son responsables izquierdas y derechas. Ése es Sarkozy.

¿Y Ségolène?

Es la que dice: “El paro perdura desde hace cinco años debido a la mayoría de derechas”. No digo que Sarkozy logre resolver el conflicto, pero lo pone sobre la mesa. ¡El destino de los más humildes debería ser prioridad de la izquierda! ¡Al menos, por eso me hice yo de izquierdas!

Dice usted que la filosofía no es de izquierdas ni derechas, que es francés por voluntad y filósofo porque así le empezaron a llamar .

Hay más cosas entre el cielo y la tierra, y también en los infiernos, de lo que puedan soñar la izquierda y la derecha, ya lo avanzó Shakespeare.

¿Se siente ideólogo, filósofo o intelectual?

Intelectual no sé lo que es. Probablemente es una persona que escribe o que habla. Un profesor ¿es intelectual? ¡Pero si los profesores critican a los intelectuales y éstos dicen que su colega no es un verdadero intelectual sino un imbécil! Rousseau y Voltaire se denunciaban recíprocamente ante la policía. La relación entre escritores siempre ha sido la jungla.

Sólo nos quedan el ideólogo y el filósofo.

Diferencia extremadamente difícil. A menudo, el uno es el otro. Yo diría que el ideólogo propone soluciones globales y el filosofo tiene por profesión (como el escritor) hacer visibles las cosas que no se quieren ver. Hacer pensar lo impensable. La filosofía, al menos la mía, consiste en enfrentarme a la realidad más brutal: el telediario vespertino. Y una experiencia encarnada en tu madre te permite pensar mejor sobre la realidad del siglo que cualquier tratado abstracto de filosofía.

Quiso hacer la entrevista de pie. Ahora el traductor dice que Glucksmann se siente cómodo, que podemos sentarnos. Respiro. Se quita la corbata después de hacerse la foto, la dobla con los dedos de una sola mano y la mete en el bolsillo.

Le pregunto si siente que ha sido más cobarde que su madre.

La valentía es circunstancial. Lanzar una piedra contra el consenso de intelectuales o políticos, en democracia, sólo exige un poquito de audacia. Pero no es la valentía ante la muerte. Las decisiones que tomó mi madre muchos intelectuales no hubieran sido capaces de tomarlas. He conocido a mujeres en Argelia, durante el peor periodo del integrismo islámico, periodistas, profesoras de matemáticas, condenadas a muerte, que no abandonaban la ciudad. Honestidad, sencillamente. Igual que mi madre, igual que las mujeres chechenias que se manifiestan ante los tanques rusos. O las profesoras de Teherán que a pesar de la represión continúan impartiendo seminarios, no sobre temas políticos, sino sobre la gran literatura occidental. Les leen “Lolita”. Eso es precioso... El siglo XX ha sido un gran punto de inflexión: las mujeres han sido tomadas como diana. Antes, la guerra era cosa de guerreros. Pero en Ruanda abrieron mujeres en canal, de los genitales a la cabeza…

"Cada uno de mis compromisos imbéciles, cada uno de mis errores, ha sido una traición para personas que luego han muerto por ideología"
Insiste en que su infancia fue una serie de maletas que se abrían y se cerraban, “no había un hogar, había domicilios”. ¿De ahí su desarraigo?


Por suerte, en estas maletas mi madre siempre metía las sinfonías de Beethoven y las obras de Zweig. Siempre había algo permanente. Yo estoy contentísimo de haber sido un desarraigado.

El hombre, por naturaleza, es bueno para Rousseau, malo para Hobbes, apasionado para Diderot y salvaje para Voltaire. ¿En quién se reconoce?

Desde siempre la violencia es fundamental en el ser humano. Aprende a comer carne a la brasa, pero inventa el fuego para incendiar a su vecino. Nunca seré tan optimista como Rousseau, pero creo en la voluntad civilizadora, la educación.

¿Siente que ha traicionado a alguien?

Claro que sí. Cada uno de mis compromisos imbéciles, cada uno de mis errores, ha sido una traición para personas que luego han muerto por ideología. Lo mío fue una cobardía. Un estudiante que se cree maoísta durante un año no transforma al mundo. Pero el malestar de millones de ciudadanos chinos que morían a causa de Mao, pues sí. Es una traición.

¿Qué les dice a quienes siguieron sus postulados? ¿Por qué van a creerle? ¿Cómo sé que dentro de diez años no me dirá lo contrario?

Pues sí, tiene razón. No me crean. La voluntad de creer en alguien para delegarle el peso del pensamiento es un error. Admito cuánto me equivoqué.

Si el Mayo del 68 ha muerto, ¿algún consejo a sus supervivientes para navegar mejor?

Algunos han muerto, otros se han olvidado de las aventuras de juventud. Les diría que no conviertan en fetiche un acontecimiento que en su conjunto fue positivo. Para mí fue una fiesta. Lo que ha ocurrido con Sarkozy es otro Mayo del 68 electoral. Como entonces, ha cambiado la mentalidad de los franceses. Que hayan elegido un presidente hijo de emigrantes, que se ha casado con una divorciada y está corriendo el riesgo de volver a divorciarse. es algo extraordinario. Yo sé que Luis XV tenía muchas amantes y Mitterrand y Chirac. Sin embargo, nunca fue oficial.

Hasta el día del funeral, cuando se sentaban todas juntas en el mismo banco de la iglesia.

Era una situación hipócrita. Ahora, no. Pero no es a Sarkozy a quien admiro, es al elector capaz de votarle, de elegir a alguien que no sea de origen francés desde los últimos trescientos años y tenga una mujer descendiente de Albéniz que además dice, con cierto deseo de provocación, que ella no tiene ni una gota de sangre francesa.

En su libro no explica cuál ha sido la historia de amor de su vida.

En amor, hablar de uno mismo es extremadamente arriesgado. Pero hablar en lugar de los otros ya es abusivo, a menos que seas un grandioso escritor como Proust. Pero, fundamentalmente, es mi mujer.

Siempre hay puntos suspensivos.

Porque no puedo hablar en el lugar de esas mujeres. Pero le diré una cosa: si yo fui a las primeras manifestaciones de Mayo del 68 es porque me lo dijo mi mujer: “O vienes, o nos separamos”. Yo era un intelectual un poco cerrado, ella era más abierta.

El terrorismo, escribe usted, para el gobierno ruso y chino, es “aquel que cuestiona el poder establecido”. Entonces usted es un terrorista de la palabra.

Un periódico muy cercano al gobierno ruso dijo: “Uno de los asesores de Sarkozy es André Glucksmann”. Y añadieron: “Glucksmann es patológicamente enemigo de Rusia”. ¿Porque critico a Putin? Siento un amor loco por la literatura rusa, por su música, por aquellos que resisten como Politovskaia, que era amiga mía. ¿Patológico? Entonces hay que encerrarle. ¡Ese es el método soviético! Le daré otro ejemplo. Un periodista de “Le Monde” le pregunta a Putin: “¿Cree que su acción en Chechenia es dañina para la democracia?”. Y él le contesta: “Si le gustan tanto los musulmanes venga a Moscú, le circuncidaremos”.

¿De napoleonitis cómo vamos?

Para Napoleón, Hitler, Putin, el terrorista es el enemigo del Estado. Para mí, esa es una opinión despótica. Definir a los primeros guerrilleros españoles como terroristas, los campesinos que se resistieron a Hitler, los independentistas... Terrorista es el ser armado que amenaza, intimida o masacra a una población civil desarmada.

¿Por qué no cree que llegue una tercera guerra mundial?

Ni siquiera creo en el choque final entre Oriente y Occidente. Porque las principales víctimas del integrismo islámico no son occidentales, son musulmanes.

¿Las imágenes que ofrecen los periodistas en televisión son nuevas “flores del mal”?

Son imágenes que pueden suscitar una reacción posthistórica, de desesperanza absoluta. Como dijo Baudelaire, "el mundo es una carroña". Pero conozco a periodistas admirables. Un ejemplo. Empieza las masacres que se convertirán en el genocidio de Ruanda. Yo no sé nada, nada, de Ruanda. Miro la televisión un mediodía. Una reportera dice: "Aquí se pide a la gente que enseñen su DNI. Si son tutsis, se les pone a un lado de la carretera y se les mata". Ella dice eso. Eso es Baudelaire. Pero dice algo más: "Yo he podido pasar porque llevo pasaporte francés". Quince años después le di las gracias porque aquello fue una chispa en mi mente: algo no andaba bien en la diplomacia francesa.

Tengo entendido que le obsesionan los últimos segundos de lucidez del moribundo.


Mis fotogramas, antes de morir, aparte del atontamiento que me producirán los fármacos contra el dolor, creo que serán un pensamiento emocionado para los míos. A mi familia, que me ha soportado.

Entrevista de Nuria Escur para La Vanguardia (27/05/2007)

jueves, 3 de abril de 2008

Giovanni Sartori: "Pluralismo y tolerancia"

Entender el pluralismo es también entender el significado de tolerancia, consenso, disenso y conflicto. Tolerancia no es indiferencia, no presupone indiferencia. Si somos indiferentes no tenemos interés: y aquí se acaba todo. Tampoco es verdad, como se sostiene con frecuencia, que la tolerancia presuponga cierto relativismo. Está claro que si somos relativistas estamos abiertos a una multiplicidad de puntos de vista.

Pero es tolerancia (su mismo nombre lo indica) precisamente porque no implica una visión relativista. Quien tolera tiene creencias y principios, los considera verdaderos, pero al mismo tiempo permite que otros tengan el derecho de cultivar «creencias equivocadas» (...).

Por tanto, ¿qué grado de elasticidad tiene la tolerancia? Si la pregunta nos obliga a buscar un límite fijo y preestablecido, no lo encontraremos. Sin embargo, es posible establecer el grado de elasticidad de la tolerancia mediante tres criterios. El primero es que siempre debemos aportar razones de aquello que consideramos intolerable (es decir, la tolerancia excluye el dogmatismo). El segundo atañe al harm principle, al principio de no hacer daño, de no perjudicar. Resumiendo, no estamos obligados a tolerar comportamientos que nos acarrean daño o agravio. El tercer criterio está basado en la reciprocidad: al ser tolerantes hacia los demás, esperamos ser tolerados nosotros mismos.

Veamos ahora qué es consenso. El inglés nos permite distinguir entre consensus y consent, entre un estado difuso de consenso, y un consentir preciso y concreto. Es una distinción que nos sirve para precisar que el consenso en cuestión no es un aprobar de forma activa o un sostener una cosa u otra. El consenso puede ser, por tanto, una pura y simple aceptación, un concurrir generalizado y meramente pasivo.
Incluso en este caso, el consenso es un compartir que, de alguna forma, relaciona. Definición que aclara la conexión entre el concepto de consenso y el de comunidad.

Nótese que incluso puede definirse la comunidad como «un compartir que, de alguna forma, relaciona». Y mi tesis debe llegar, para ser completa, a la noción de comunidad, porque ya no podemos asumir que la unidad política por excelencia sea el Estadonación (...).

Aunque el Estado-nación sea o nos parezca aún importante, el hecho es que, en perspectiva, el Estado-nación se constituyó durante el siglo XIX, y la felix Austria, el imperio poliétnico y multinacional de los Habsburgo, se sostuvo magníficamente (por lo menos combatiendo con éxito) hasta la derrota de 1919.

El Estado-nación ha sido, por tanto, el principio organizativo unificador del Estado moderno -sólo y sobre todo en Europa- durante menos de dos siglos. Antes, y a partir de la Edad Media, las nationes eran las lenguas. La nación alemana estaba formada por aquellos que hablaban en alemán, y esto vale para todos. El Estado-nación fue concebido por el Romanticismo -la Ilustración fue cosmopolita- como una entidad que no era sólo lingüística (...).

Sea como fuere, mi punto de vista es éste: cuanto más se debilita la «comunidad nacional», tanto más debemos buscar o volver a encontrar una comunidad (...).

Pero lo que no creo es que debamos volver a lo pequeño, y que «lo pequeño sea lo mejor». Es verdad que las comunidades del pasado (la polis griega, los municipios medievales, la democracia de aldea) eran microcolectividades que actuaban cara a cara. Pero si la comunidad no está concebida como un cuerpo operativo, sino como un identity marker, como un «identificador», como un sentir común en el que nos identificamos y que nos identifica, entonces no es necesario que una comunidad sea pequeña.

De esta forma, los italianos, los franceses, los alemanes, y así sucesivamente, pueden ser concebidos como «comunidades amplias», de la misma forma que son y eran concebidos como naciones; y aunque la Comunidad Europea, o el concepto de una comunidad latinoamericana, nos sugiera la idea de «comunidades abstractas», si estas grandes agregaciones están participadas y nos proporcionan el sentido de participación, es completamente lícito considerarlas como comunidades, aunque lo sean de forma sui géneris.

Afirmo, pues, que los seres humanos viven de forma infeliz en el estado de masas solitarias, en condiciones anónimas, y, por tanto, que siempre tratan de pertenecer, de acomunarse y de identificarse en el seno de organizaciones y en organismos en los que se reconocen: para empezar, en comunidades concretas de vecindad, pero también en amplias «comunidades simbólicas» (...).

¿Hasta qué punto podemos tensar el concepto de comunidad? (...). Hablar de comunidad mundial es pura retórica, es hacer que se evapore el concepto de comunidad. Considero, por el contrario, que el animal humano se agrega en coalescencia y «está junto a» en calidad de animal social, siempre que exista un límite (móvil pero no imborrable) entre nosotros y ellos. Nosotros es nuestra identidad; ellos son su identidad diferente que determina la nuestra. Somos quienes somos en función de quienes no somos. Toda comunidad implica «clausura», un recogerse juntos que es también un cerrar hacia fuera, un excluir. Un «nosotros» que no esté circunscrito por un ellos ni siquiera puede constituirse.

Una vez aclarado esto puedo plantearme la pregunta más espinosa de todas: ¿en qué medida el pluralismo amplía y diversifica la noción de comunidad? Es decir, ¿qué relación mantienen entre sí pluralismo y comunidad? ¿Puede una comunidad sobrevivir fraccionada en subcomunidades que son, en concreto, contracomunidades que llegan a rechazar las reglas que constituyen un convivir comunitario? Al afrontar esta cuestión tan delicada tengo que recordar que la comunidad pluralista es una adquisición reciente, difícil, obviamente frágil. Una comunidad pluralista está definida por el pluralismo. Y el pluralismo tal como lo he definido presupone una disposición tolerante y, estructuralmente, asociaciones voluntarias «no impuestas», afiliaciones múltiples, y, también, líneas de división, transversales y entrecruzadas.

Las comunidades del pasado -desde la polis griega hasta las comunidades puritanas- no tenían estas características, más bien lo contrario. Recuérdese además que estas características se han desplegado, hasta ahora, sólo en el mundo occidental y occidentalizado. Que es precisamente el mundo más expuesto a masivas inmigraciones del Este, y sobre todo de África y del Tercer Mundo.

Esta situación, se dirá, tiene precedentes: y cuando afirmamos esto consideramos sobre todo el caso de EE UU. Sí, el nuevo mundo es todo un mundo de «recién llegados»; la llegada de inmigrantes a EE UU fue, en determinados periodos, realmente masiva.

Entre 1845 y 1925 -ochenta años-, unos 50 millones de personas atravesaron el
Atlántico; y en los años 1900-1923 fueron 10 millones los inmigrantes. Pero estos recién llegados encontraban, en el nuevo mundo, un espacio vacío inmenso, buscaban y deseaban una nueva patria, y les hacía felices convertirse en norteamericanos: para estos 50 millones de inmigrantes antes mencionados, el melting pot funcionó muy bien. Sin embargo, el viejo mundo es desde hace mucho tiempo un mundo sin espacios
vacíos y un mundo de relativamente pocos «recién llegados». Y, por tanto, el
precedente norteamericano no nos ayuda a afrontar el problema. Los europeos
(occidentales) están preocupados, se sienten invadidos y están reaccionando.

¿Racismo? Es la acusación fácil que utiliza el que quiere ser siempre «políticamente correcto». Pero la acusación es superficial, generaliza demasiado, y corre riesgo de ser contraproducente. Quien es acusado de racista sin serlo se enfurece, y quizá termina por serlo de verdad. No debemos generalizar, sino precisar. El espectro de las reacciones frente a los recién llegados es variado y complejo. Para algunos -muchos-, la reacción es una defensa del puesto de trabajo y del salario. Para otros es xeno-miedo, un sentirse inseguros y potencialmente amenazados. Para otros, sin embargo, se trata de una reacción de rechazo (xenofobia). Y es sólo a partir de este punto en donde nos encontramos con el racismo. Pero incluso cuando el fenómeno es realmente un fenómeno de xenofobia y/o racismo, encontramos que estas reacciones no comprenden todos los aspectos. Se ofrece «resistencia» a los inmigrantes del Este desde el punto de vista económico, no racial. La xenofobia se concentra, sin embargo, en los inmigrantes africanos y musulmanes. En el primer caso con frecuencia es racial (no gusta una raza negra); pero en el segundo caso es, sobre todo, cultural.

Y éste es el verdadero meollo del problema. Hasta que no se llega al último caso, la controversia es principalmente de graduación: cuántos inmigrantes pueden ser absorbidos y en cuánto tiempo. Pero en el caso de los grupos movilizados o movilizables por el integrismo islámico, el problema es otro. Y se debe plantear de forma descarnada.

La pregunta es: ¿hasta qué punto una tolerancia pluralista se debe doblegar no sólo a «extranjeros culturales», sino también a abiertos y agresivos «enemigos culturales»?

En resumen, ¿el pluralismo puede aceptar, llegar incluso a aceptar, el propio
resquebrajamiento, la ruptura de la comunidad pluralista? Es una pregunta semejante a la que en la teoría de la democracia se formula así: ¿debe consentir una democracia la propia destrucción democrática? Es decir, ¿debe consentir que sus ciudadanos voten a favor de un dictador?

Es una fórmula de increíble superficialidad sostener que una diversidad cada vez mayor, y por tanto radical y radicalizadora, es por definición un «enriquecimiento». Mi tesis es, por el contrario, que existe un punto a partir del cual el pluralismo no puede y no debe ir más allá; y que el criterio, en la difícil navegación que he ido describiendo, es esencialmente el de la reciprocidad. Pluralismo es, efectivamente, vivir juntos en la diferencia y con las diferencias; pero lo es -insisto- en contrapartida, respetándose.

Entrar en una comunidad pluralista es, a la vez, un adquirir y un conceder. Los
extranjeros que no están dispuestos a conceder nada a cambio de lo que obtienen, que se proponen permanecer «extraños» a la comunidad en la que entran hasta el punto de poner en entredicho, por lo menos en parte, esos mismos principios, son extranjeros que inevitablemente suscitan reacciones de rechazo, de miedo y de hostilidad. El refrán inglés dice que la comida gratis no existe. ¿Debe y puede existir una ciudadanía gratuita, concedida a cambio de nada? En mi opinión, no.


Giovanni Sartori es catedrático de la Universidad de Columbia, autor de Partidos y sistemas de partidos y de Teoría de la democracia.
Este texto integra la parte final del trabajo Pluralismo, multiculturalismo e
estranei, de próxima aparición en la Revista Italiana di Scienza Política.
© Giovanni Sartori.