jueves, 29 de noviembre de 2007

Ilya Prigogine: "El desorden creador"

Las opiniones sobre la noción de tiempo son, frecuentemente, variadas y contradictorias. Un físico dirá que ha sido introducida por Newton y que el problema que esa noción plantea ha sido globalmente resuelto. Los filósofos piensan de manera muy diferente: relacionan el tiempo con otras nociones, como el devenir y la irreversibilidad. Para ellos, el tiempo sigue siendo una interrogación fundamental.

Me parece que esta divergencia de puntos de vista es la cesura más neta dentro de la tradición intelectual occidental. Por un lado, el pensamiento occidental ha dado nacimiento a la ciencia y, por consiguiente, al determinismo; por otro lado, este mismo pensamiento ha aportado el humanismo, que nos remite, más bien, hacia las ideas de responsabilidad y creatividad.

Filósofos como Bergson o Heidegger han planteado que el tiempo no incumbe a la física, sino a la metafísica. Para ellos, el tiempo pertenece claramente a un registro diferente, sobre el que la ciencia no tiene nada que decir. Pero estos pensadores disponían de menos herramientas teóricas de las que tenemos hoy.

Personalmente, considero que el tiempo brota de lo complejo. Un ladrillo del paleolítico y un ladrillo del siglo XIX son idénticos, pero las edificaciones de las que formaban parte no tienen nada en común: para ver aparecer el tiempo hay que tomar en consideración el todo.


El no-equilibrio, fuente de estructura

Los trabajos que he realizado hace una treintena de años han demstrado que el no-equilibrio es generador de tiempo, de irreversibilidad y construcción. Hasta entonces, durante el siglo XIX y gran parte del XX, los científicos se habían interesado, sobre todo, en los estados de equilibrio. Después han comenzado ha estudiar los estados cercanos al equilibrio. Así, han evídenciado el hecho de que, desde el momento en que se produce un pequeño alejamiento del equilibrio termodinámico, se observa la coexistencia de fenómenos de orden y fenómenos de desorden. No se puede, por tanto, identificar irreversibilidad y desorden.

El alejamiento del equilibrio nos reserva sorpresas. Nos damos cuenta de que no se puede prolongar lo que hemos aprendido en estado de equilibrio. Descubrimos nuevas situaciones, a veces más organizadas que cuando hay equilibrio: se trata de lo que yo llamo puntos de bifurcación (1), soluciones a ecuaciones no lineales. Una ecuación no lineal admite frecuentemente varias soluciones: el equilibrio o la proximidad al equilibrio constituye una solución de esa ecuación, pero no es la única solución.

Así, el no-equilibrio es creador de estructuras, llamadas dísipatívas porque sólo existen lejos del equilibrio y reclaman para sobrevivir una cierta disipación de energía y, por tanto, el mantenimiento de una interacción con el mundo exterior. Al igual que una ciudad que solamente existe en cuanto que funciona y mantiene intercambios con el exterior,la estructura disipativa desaparece cuando deja de ser "alimentada".

Ha sido muy sorprendente descubrir que, lejos del equilibrio, la materia tiene propiedades nuevas. También asombra la variedad de los comportamientos posibles. Las reacciones químicas oscilantes son una buena muestra de ello. Por ejemplo, el no-equilibrio conduce, entre otras cosas, a fenómenos ondulatorios, en los que lo maravilloso es que están gobernados por leyes extremadamente coherentes. Estas reacciones no son patrimonio exclusivo de la Química: la hidrodinámica o la óptica tienen sus propias particularidades.


En el equilibrio, la materia es ciega; lejos del equilibrio la materia ve
Finalmente, las situaciones cercanas al equilibrio están caracterizadas por un mínimo de alguna cosa (energía, entropía, etc.), al que una reacción de pequeña amplitud las hace retornar si se alejan un poco de él. Lejos del equilibrio, no hay valores extremos. Las fluctuaciones ya no son amortiguadas. En consecuencia, las reaccíones observadas lejos del equilibrio se distinguen con más nitidez, y por tanto, son mucho más interesantes. En el equilibrio, la materia es ciega, mientras que lejos del equilibrio la materia capta correlaciones: la materia ve. Todo esto conduce a la paradójica conclusión de que el no-equilibrio es fuente de estructura.

El no-equilibrio es un interface entre ciencia pura y ciencia aplicada, aunque las aplicaciones de estas observaciones a la tecnología estén solamente en sus inicios. Actualmente, empieza a comprenderse que la vida es, probablemente, el resultado de una evolución que se dirige hacia sistemas cada vez más complejos. Es cierto que no se conoce exactamente el mecanismo que ha producido la primeras moléculas capaces de reproducirse. La naturaleza utiliza el no-equilibrio para sus estructuras más complejas. La vida tiene una tecnología admirable, que muy frecuentemente no llegamos a comprender.


Pensar en términos de probabilidades, no de trayectorias

El no-equilibrio no puede ser formalizado a través de ecuaciones deterministas. En efecto, las bifurcaciones son numerosas y, cuando se repiten las experiencias, el camino seguido no es siempre el mismo. Por tanto, el fenómeno es determinista entre las bifurcaciones, pero es totalmente aleatorio en las bifurcaciones. Entra en directa contradicción con las leyes de Newton o de Einstein, que niegan el indeterminismo. Evidentemente, esta contradicción me ha preocupado mucho. ¿Cómo superarla? La actual teoría dinámica nos ofrece herramientas particularmente interesantes al respecto. Contrariamente a lo que pensaba Newton, ahora se sabe que los sistemas dinámicos no son todos idénticos. Se distinguen dos tipos de sistemas, los sistemas estables y los sistemas inestables. Entre los sistemas inestables, hay un tipo particularmente interesante, asociado con el caos determinista. En el caos determinista, las leyes microscópicas son deterministas pero las trayectorias toman un aspecto aleatorio, que procede de la "sensibilidad a las condiciones iniciales": la más pequeña variación de las condiciones iniciales implica divergencias exponenciales. En un segundo tipo de sistemas, la inestabilidad llega a destruir las trayectorias (sistemas no integrables de Poincaré). Una partícula ya no tiene una trayectoria única, sino que son posibles diferentes trayectorias, cada una de ellas sujeta a una probabilidad.

Agruparemos estos sistemas bajo el nombre de caos. ¿Cómo tratar este mundo inestable? En vez de pensar en términos de trayectorias, conviene pensar en términos de probabilidades. Entonces, se hace posible realizar predicciones para grupos de sistemas. La teoría de caos es algo semejante a la mecánica cuántica. Es necesario estudiar en el ámbito estadístico las funciones propias del operador de evolución (hacer su análisis espectral correspondiente). En otros términos, la teoría del caos debe formularse a nivel estadístico, pero esto significa que la ley de la naturaleza toma un nuevo significado. En lugar de hablar de certidumbre, nos habla de posibilidad, de probabilidad.

La flecha del tiempo es, simultáneamente, el elemento común del universo y el factor de distinción entre lo estable y lo inestable, entre lo organizado y el caos. Para ir más lejos en esta reflexión, es necesario extender los métodos de análisis de la física cuántica, especialmente saliendo del espacio euclediano (el espacio de Hilbert, en sentido funcional) en cuyo seno está definida. Afortunadamente, matemáticos franceses, ante todo Laurent Schwartz, han descrito una nueva matemática, que permite aprehender los fenómenos de caos y describirles en el ámbito estadístico.

Pero el caos no explica todo. La historia y la economía son inestables: presentan la apariencia del caos, pero no obedecen a leyes deterministas subyacentes. El simple proceso de la toma de decisión, esencial en la vida de una empresa, recurre a tantos factores desconocidos que sería ilusorio pensar que el curso de la historia puede modelizarse por medio de una teoría determinista.

El segundo tipo de sistemas inestables evocados más arriba es conocido bajo la denominación de sistemas de Poincaré. Los fenómenos de resonancia juegan en ellos un papel fundamental, pues el acoplamiento de dos fenómenos dinámicos da lugar a nuevos fenómenos dinámicos. Estos fenómenos pueden ser incorporados en la descripción estadística y pueden conducir a diferencias con las leyes de la mecánica clásica newtoniana o la mecánica cuántica. Estas diferencias se ponen de manifiesto en los sistemas en los que se producen colisiones persistentes, como los sistemas termodinámicos. La nueva teoría demuestra que se puede tender un puente entre dinámica y termodinámica, entre lo reversible y lo irreversible.


La inestabilidad no debe conducirnos al inmovilismo

Nos encontramos en un período "bisagra" de la ciencia. Hasta el presente, el pensamiento ponía el acento sobre la estabilidad y el equilibrio. Ya no es así. El propio Newton sospechó la inestabilidad del mundo, pero descartó la idea porque la encontró insoportable. Hoy, somos capaces de apartarnos de los prejuicios del pasado. Debemos integrar la idea de inestabilidad en nuestra representación del universo. La inestabilidad no debe conducir al inmovilismo. Al contrario, debemos estudiar las razones de esta inestabilidad, con el propósito de describir el mundo en su complejidad y comenzar a reflexionar sobre la manera de actuar en este mundo. Karl Popper decía que existe la física de los relojes y la física de las nubes. Después de haber estudiado la física de los relojes, ahora debemos estudiar la física de las nubes.

La física clásica estaba fundada sobre un dualismo: por un lado, el universo tratado como un autómata; por otro lado, el ser humano. Podemos reconciliar la descripción del universo con la creatividad humana. El tiempo ya no separa al ser humano del universo.


NOTAS
(1) Los puntos de bifurcación son puntos singulares que corresponden a cambios de fase en el no-equilibrio.


Fuente

domingo, 11 de noviembre de 2007

Gregorio Marañón: "Un año de República, España en franquía"

Goethe decía de las revoluciones dos cosas que se ajustan estrictamente a la realidad del mundo actual, y, desde luego, a la de España. Una, que cada revolución es siempre la consecuencia de los errores del régimen que la ha precedido. Y otra, que, mientras dura la etapa revolucionaria, es imposible juzgarla con acierto, porque sus inconvenientes se ven demasiado cerca y sus beneficios demasiado lejos. Ambas reflexiones merecen un comentario en este día en que la República española cumple el primer año de su edad.

En torno a la República se trata de perpetuar en España la lucha tradicional, no entre derechas e izquierdas, como ligeramente suele decirse, sino entre energúmenos y hombres sensatos, que son los que hoy se oponen entre sí, cualquiera que sea su filiación. Para el hombre sensato de la derecha o de la izquierda, el cambio de régimen no puede ser tema de bandería personal, sino una fase en el ritmo inexorable de la historia, que ocurrió por encima de la voluntad de nadie, por esas razones profundas que mueven la marcha de las sociedades humanas y que a nosotros sólo nos es dado, unas veces, acelerar o retrasar y en la mayoría de los casos tan sólo contemplar.

Es evidente que un régimen no cambia jamás en las épocas de su prosperidad. La revolución es un estado morboso, y los hombres normales la aceptan cuando es irremediable; pero no la desean nunca. Sólo individuos excepcionales y un tanto locos, como Trotski, pueden hablar de la revolución permanente.

Por eso supone mala fe o ignorancia supina el querer pedir cuentas a la República recién nacida de la situación actual del país, que, en lo que tiene de desorganizada, es herencia de lo antiguo. La República es la consecuencia inevitable de la descomposición y muerte de la Monarquía. Todo lo que hoy se pide aviesamente a la República -equilibro y paz- es lo que había perdido el régimen que la precedió. Cuando el pueblo perdió la esperanza de recobrarlo es cuando votó en las urnas a los candidatos republicanos.

Es necesario insistir mucho sobre esto, aun siendo historia tan elemental y cercana. Siempre que en nuestras investigaciones de Biología nos planteamos, mis amigos y yo, un problema, suelo recomendarles el volver a los textos más simples, a los de la escuela, porque con frecuencia se olvida, a fuerza de darse por sabida, la raíz elemental de lo que nos interesa saber. Y ahora conviene recordar, decimos, que la Monarquía hasta el año 1923 no tuvo apenas enemigos. Los partidos republicanos hacían una oposición amable, rugiendo de vez en cuando, sin asustar a nadie, como las fieras de los circos. El partido socialista avanzaba, seguro de sí mismo y de su porvenir, pero sin ser todavía un factor decisivo en la vida nacional. Los estudiantes apenas se ocupaban de política. Y estos intelectuales, objeto hoy de la iracundia de las derechas, prestaban la colaboración de su trabajo al régimen; tal vez, es cierto, por amor a España más que por sincera convicción, pero con absoluta lealtad. Era cuando los hombres más representativos de la izquierda -Azcárate- declaraban que no había obstáculos tradicionales para el progreso de España; cuando Unamuno entraba en Palacio en compañía de Romanones; cuando en el partido reformista se agrupaban, deseosos de gobernar, los hombres mejor preparados de nuestros medios universitarios, entre ellos el que hoy rige con dotes insuperables de estadista el Gobierno republicano. Entonces fue, bajo el signo de un liberalismo moderno, cuando la Monarquía de la Restauración tuvo (...) su máxima popularidad.

OBSTACULOS

Pero a poco la máquina gubernamental empezó a renquear gravemente. Y no por culpa de ninguna oposición, que no existía. Allá, entre los bastidores del tinglado oficial, estaban escondidos sus propios obstáculos: uno de ellos, tal vez el más grave, el que denunció el político de mayor temple revolucionario de entonces, el que por paradoja, netamente hispánica, ocupaba la jefatura del partido conservador, D. Antonio Maura, cuando, al irse un día, airado, a su casa, dijo señalando a una cortina tras la cual sonaban las espuelas y los sables: «Que gobiernen ésos, que no nos dejan gobernar». Pero acaso en éste como en otros juicios análogos se cometía ese error que tanto conocemos los médicos de confundir un síntoma con la causa de la enfermedad. Porque todo lo que ocurría entonces y lo que ocurrió después no eran más que manifestaciones de un largo proceso revolucionario cuya crisis final se inició en Barcelona el año 1917 y cuyas etapas terminales serían, seis años después, la Dictadura, y ocho más tarde, la República.

El Monarca, vivo de genio y con frecuencia de palabra, no disimulaba su impaciencia ante las dificultades de la política. Y no aludía, ciertamente, a ninguna oposición -porque no la había-, sino a la propia descomposición de sus organismos de gobierno. Lo cierto es que el país llegó a un estado peligroso. Recuerden bien los desmemoriados que el tema de las notas del dictador y el pretexto para el golpe de Estado fue que «España estaba en la ruina», «sin justicia ni seguridad personal» y «en manos de pandillas desaprensivas y a veces delincuentes». Esto último con injusticia notoria. No se olvide que durante seis años el panegírico de Primo de Rivera tenía como motivo central el haber salvado a España del caos y del abismo.

Pronto tendré ocasión de estudiar al pormenor la génesis y las responsabilidades del advenimiento de la Dictadura. Ahora quiero decir que aquel trance fue, como el de la República después, la desembocadura lógica de la muerte de los auténticos mecanismos de gobierno. Es posible que si, en lugar de fomentar y prolongar la Dictadura la Monarquía, hubiera proseguido firmemente por el camino que pareció iniciarse en aquellos años, antes recordados, del signo liberal, el himno de Riego seguiría siendo todavía una música subversiva.

(...) Entonces fue cuando el mismo don Antonio Maura, consultado por el Rey sobre su decisión dictatorial, le escribió la carta, tan exhumada ahora, que nos ha dado a conocer su hijo, el excelente historiador, hoy ausente de España, en la cual, con acento profético, aseguraba que la Dictadura equivaldría, irremisiblemente, al suicidio del régimen monárquico. Maura tenía fama de estar siempre en las nubes, pero, como para siempre a estos hombres idealistas, conocía la realidad española mucho mejor que los que se burlaban de él, al ras de las tertulias de los caciques y de las mesas de los cafés.

Es imposible decir si al general Primo de Rivera, empleando otra táctica que la que empleó, meramente destructiva de las únicas fuerzas del régimen monárquico, le hubiera sido posible anudar el cabo roto del pasado con la vida futura de una Monarquía constitucional. Pero este trance de suprema prestidigitación es lo único que no podía aprenderse en la escuela del señorío andaluz, donde, según propia confesión, había recibido sus lecciones de gobernante. El hecho es que destruyó las muletas monárquicas y no acertó a proporcionar al régimen otras nuevas en que apoyarse, y que consumó el proceso de enquistamiento (...) del régimen dinástico, frente al país. Y así, al terminar los seis años dictatoriales, aquella oposición casi fantástica se había convertido en una fuerza arrolladora, imposible de encarrilar.

Año y medio después la Corona acudía a buscar sus consejeros en la cárcel, entre los hombres mismos que preparaban los futuros decretos del Ministerio republicano. Sólo los ciegos no se dieron cuenta de que aquella tarde la Monarquía había llegado a su fin. Y no vale censurar este acto postrero del régimen, porque lo cierto es que en aquel trance la única opción que tuvo la Monarquía fue este desesperado intento o el reanudar el régimen dictatorial. El último Gobierno del Rey prefirió, noblemente, entregar su suerte a la decisión popular, y hoy hace un año se proclamaba la República por esa voluntad de los españoles, reconocida por el propio Rey al someterse sin resistencia a ella.

Es, pues, inútil discutir vanamente la responsabilidad, en bien o en mal, de los acontecimientos de hoy hace un año; porque los hombres, pigmeos ante el mecanismo gigante de la Historia, no podemos envanecernos de los sucesos felices ni achacarnos más que en mínima parte los que no lo son. Y es particularmente necio el que algunos españoles afectos de esa disposición del espíritu, tan frecuente en la mente humana -sobre todo en los menores de edad-, achaquen a fuerzas míticas -ahora los judíos, los masones, etc.- el origen de sucesos de profunda envergadura social y responsabilidades que son, si son de alguien, exclusivamente suyas.

Ha pasado un año. Como decía el gran poeta, estamos aún, para juzgarle, demasiado dentro de la polvareda, lejos todavía de la perfecta estabilidad. Pero quienes contemplen el panorama de estos doce meses y oteen el futuro de España, sin rencor y sin preocupaciones egoístas, tienen que sentirse transidos de este mismo optimista entusiasmo con que tantos españoles asistimos a la historia actual con los ojos clavados en el porvenir y los oídos cerrados a los augurios de las cornejas. Es cierto que no se han cumplido las promesas de felicidad paradisíaca que algunos insensatos suponían adherida al hecho escueto de sobrevenir la República. Pero era horóscopo de insensatos para otros insensatos. Nosotros, entonces y ahora, no hemos alzado la voz más que para decir que empezaba para los españoles la hora de los deberes más ásperos. Pero también más gratos. Porque ahora somos todos nosotros los que tenemos que hacer la España que antes hacían los gobiernos, mientras los demás ciudadanos sesteaban.

MEGALOMANOS

Los megalómanos se equivocaron. Pero convengamos en que se equivocaron también, con reiteración saludable, las voces siniestras que auguraban el fin de la nación, desde las dos primeras semanas de vida del nuevo régimen. Las elecciones no se celebrarían y se ahogarían en sangre, y se celebraron. Las Cortes no alcanzarían a votar una Constitución y a elegir un presidente. Y la Constitución está votada, y el presidente electo recorre el país español entre aclamaciones. Los Gobiernos serían devorados por el Parlamento y el ambiente popular. Y persiste el mismo que nos trajo el 14 de abril. Los militares se revolverían contra las necesarias reformas del Ejército. Y las han aceptado noblemente. España se desgarraría en regiones independientes. Y el problema del regionalismo está más cerca que nunca de su solución. Desde julio, (...) suspendería sus pagos el Estado. Y el presupuesto está en marcha y el empréstito cubierto. Y así cada día la realidad desmiente un nuevo rumor y una nueva patraña. Y hasta Dios, que ve los pecados de los hombres desde una altura muy superior a la del campanario de la aldea, ha derramado sobre los campos de España la bendición de una cosecha espléndida.

¡Cuánto, cuánto queda por hacer! Pero el trance duro ha pasado ya. Seguirá la inquietud fecunda -no la tristeza- que ha entonado y hecho revivir el pulso desmayado de los españoles. Pero España está ya en franquía, y el timón de su nave, en manos iluminadas y seguras.

La República no puede ser en adelante un tema de controversias pueblerinas. Es un hecho consumado, desagradable para unos, agradable para otros; pero engranado definitivamente en la estructura de la Historia universas.

El Sol - 14 de abril de 1932Gregorio Marañón